Una oficina de un sindicato en Gifu que tiene
un dormitorio temporal para los trabajadores que pierden su vivienda
cuando son despedidos.
Credit
Ko Sasaki para The New York Time
Por
GIFU,
Japón – Liun Hongmei estaba harta de su trabajo en una fábrica de ropa
de Shanghái, donde trabajaba durante muchas horas por poca paga.
Así
que hace tres años renunció para aceptar un trabajo en Japón. Una
fábrica japonesa de ropa le prometió a Liu tres veces su salario chino
de 430 dólares al mes, por lo que ella esperaba ahorrar miles de dólares
para su familia que estaba creciendo con el reciente nacimiento de un
hijo. “Parecía una gran oportunidad”, recuerda.
Quizá
se le puede llamar oportunidad pero no trabajo. Legalmente, el tiempo
que pasó Liu planchando y empacando ropa en Japón se considera
“Capacitación”. Había ingresado al turbio y abusivo mundo de los
practicantes técnicos de Japón: se trata básicamente de trabajadores de
segunda clase traídos del extranjero para cubrir empleos que los
ciudadanos japoneses no quieren aceptar.
Al
igual que en Estados Unidos y otros países desarrollados, en Japón es
difícil encontrar personas que cosechen verduras, recojan las bacinillas
de los asilos y laven los trastes en los restaurantes. En Estados
Unidos son los inmigrantes indocumentados quienes cubren muchos de estos
empleos no calificados y de poca paga, una situación que el presidente
Donald Trump atacó durante su campaña.
Japón,
por su parte, alcanzó hace mucho lo que Trump ha prometido: tiene muy
poca inmigración ilegal y oficialmente está cerrado para las personas
que buscan empleos de obreros.
Sin
embargo, su postura rígida hacia la inmigración, tanto legal como
ilegal, le está causando problemas. Muchas industrias japonesas sufren
de un grave desabastecimiento de mano de obra, lo que ha contribuido a
frenar el crecimiento económico.
Eso
hace que Japón cuestione algunos supuestos básicos sobre sus
necesidades laborales. El debate es políticamente delicado, pero la
cambiante realidad de las fábricas y los campos japoneses está forzando a
que los políticos también cambien sus posturas.
En
Japón la fuerza laboral de extranjeros llegó a un millón por primera
vez el año pasado, de acuerdo con el gobierno, un aumento ocurrido por
la entrada de gente con visas reservadas para practicantes técnicos.
Ese
crecimiento también ha provocado un incremento en los casos de fraude y
abuso contra los trabajadores, dicen los activistas laborales.
Liu
es parte de ese debate. Llegó a Japón endeudada, después de haber
pagado 7000 dólares para arreglar su visa. Una vez ahí, se encontró con
condiciones laborales difíciles y una paga más baja de lo que le
prometieron. Dice que sus jefes los “tratan como esclavos”.
‘Capacitación técnica’
Liu
y otros trabajadores chinos de su fábrica llegaron a Japón a través de
un programa de pasantías patrocinadas por el gobierno. Su propósito es
resolver el difícil problema de la falta de fuerza laboral en Japón y su
prohibición a la inmigración de trabajadores de salarios bajos.
Las
granjas, las empresas que procesan alimentos y muchas fábricas no
podrían mantenerse a flote sin practicantes extranjeros, dicen los
especialistas.
“Los
practicantes recolectan prácticamente todas las verduras que están en
los supermercados de Tokio”, dijo Kiyoto Tanno, profesor de la
Universidad Metropolitana de Tokio.
Para
apaciguar a los grupos empresariales, el gobierno ha creado lagunas
jurídicas en cuanto a la inmigración y cientos de miles de trabajadores
de salarios bajos como Liu han entrado gracias a ellos. Provienen de
China, Vietnam, Camboya y las Filipinas, y están cubriendo las vacantes
de Japón, donde la población decrece, por lo que se convierten en un
motor crucial de la economía.
Su
cantidad va en ascenso. El programa de practicantes se ha duplicado en
los últimos cinco años, a más de 200.000, según los datos oficiales, y
el gobierno planea expandirlo. La principal fuente de trabajadores ha
sido China, pero muchos provienen de Vietnam.
Pocos
dudan que la “capacitación” sea un camuflaje. Más allá de un periodo
corto de estudio de la lengua, la mayoría de los practicantes reciben
poca o nula instrucción, que sería lo que los distinguiría de los
obreros comunes, dicen los especialistas.
“El
sistema es como decir que algo es blanco cuando en realidad es negro”,
mencionó Yoshio Kimura, un parlamentario que dirige el comité laboral
del Partido Liberal Democrático.
“Lo
que en realidad estamos haciendo es importar trabajo”, aseveró Kimura.
“Si queremos crecimiento económico en el futuro, necesitamos
extranjeros”.
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